¡Enfermera!
una feladora al sector 6, por favor
Anonimo alcoholico
Harry era un tipo normal. Creía firmemente en su delicada timidez, cuando en realidad era un animal de brutales caracteristicas. Perseguía lo que quería con el empeño y testarudez de cualquier depredador sobre su presa. Cómo un perro con su hueso. Aquella noche parecia que empezaba tranquila. Desde las ventanas del hospital, se vehía la ciudad, resplandeciente, como si entre esas luces, le aguardara un destino incierto pero gratificante. Al menos, él soñaba con ello. Nada más lejos de la verdad.
Su visita al hospital, no era del todo casual, pues aunque había ido a guardar a su madre, convalesciente de una reciente operación, el destino le deparaba otros planes. Cualquiera lo hubiera notado, empezó como una noche tranquila. Empezó con un dia atípico, madrugar, hospital, reunion, comida, hospital, sexo, comida, hospital. Nada del otro mundo si contemplamos solo los sustantivos, pero en ellos se esconde el desarrollo que el destino preparaba para aquella noche. El día en general, no fue malo, excepto por el sexo. No se encontró en plenas facultades lo que de alguna manera enturbió la confianza de Harry. Nunca había sido un macho man, pero tampoco era de los que dejaba a una mujer sin tocar, al menos con los dedos, el cielo. Pero era él, quien no lo pudo tocar este dia, pues aunque la chica se esforzó y esforzó, Harry no consiguió dar vida a la fuente de la alegría. No pudo correrse y quedó paralizado por el nerviosismo acumulado en su cuerpo. Estaba tenso, maltrecho, como un gran guerrero despúes de un largo dia de batalla. Esto rompía además todos los esquemas de Harry sobre el sexo y las mujeres. En general, si el tio esta cansado o vamos, en general, no tira, es ella la que se queda sin orgasmo. Pero aquel dia no fue así. Sudaron y sudaron, pero Harry no consiguió que la reaccion en cadena consiguiera volar por los aires su mente. Seguía allí, con todo aquel material guardado en su escroto. - ¡Cojones! ¡Esto es antinatural! - se decía mientras ascendía a través de las plantas del hospital.
De todos modos, la noche solo acababa de empezar y era muchas las cosas que tenía que ver Harry antes de que... ejem, bueno no mataremos el final tan pronto, digo.. sigamos con la historia. Tan tranquilo estaba Harry escribiendo en su sillón de acompañante, típico de hospital, cuando de pronto, la alarma de enfermeras empezó a sonar. Sonaba y sonaba. Alguien debe estar pasandolo fatal - se decía. Por su cabeza empezaban a sucederse un sin fín de escenas sádicas y morbidas sobre los pacientes de aquel hospital - ¿Y si alguien se ha desenganchado del suero y esta muriendose de una sobredosis de oxigeno intravenoso? - ¿Y si alguien estuviera ahogandose, o sufriendo un infarto? - Nah, seguro que es la tipica chorrada. Lo curioso de caso, es que la enfermera, que parecía ocupada haciendo no se qué, empezo a gritar, en respuesta a tanta alarma, con un tipico y seco - ¡Ya voy, joder! ¡Ya voy! - Mientras se la ohía apresurandose, salir de una habitación y recorrer el pasillo delante de la puerta de la habitación de Harry y dirigirse, supuestamente, al lugar del accidente, y por el momento hubo paz.
No duro excesivamente esta paz, pues al cabo del rato, empezaron a oirse gemidos. Sí, gemidos de mujer. No había cosa que pusiera más a tono a nuestro amigo Harry, que los gemidos de mujer. Millones de obscenidades pasaron su mente en aquel segundo. Bah, cosas de la imaginación de un puto no-orgasmado-recientemente - se decía. Faltan unas pajillas. Pero no era el lugar. Eso sí, los gemidos seguían y Harry iba poniéndose cachondo por minutos. Y los jadeos y gemidos continuaban. A veces paraban, como para ofrecer al culpable el tiempo suficiente a comprovar la calidad de su subterfugio, cómo si controlara el no ser descubierto. Pero los gemidos se alargaban, tanto, que Harry, habiendosele puesto dura como una piedra, salió al pasillo en busca de aquellos gemidos. Recorrió el pasillo en la dirección del ruido, cuando se topa de frente con la puerta desde donde sale el sonido. Se quedó paralizado en frente de la puerta. ¿Que hago yo aqui exactamente? - se preguntó acertadamente. Leyo, perfectamente el numero de la habitación, 569, y le hizo mucha gracia. Tanta, que se vió a si mismo haciendo el imbecil, allá delante, sin moverse. En esto que otra vez suena la alarma de enfermeras. Pero los gemidos, leves ahora, continuan sin cesar. Le estaran comiendo bien el coño a esa zorra - se dice Harry para sí - que gustazo, joder. Si fuera la rubia.. - pensaba, imaginandosela de rodillas, curando a un enfermo. Yo tambien estoy malito - pensaba. Pero de pronto un vientecillo inesperado irrumpe en su fantasía de pasillo de hospital. ¿De donde vendra ese vientecillo? - se pregunta - si no hay ventanas. Las tienen todas cerradas - ¿Que sera? Y la curiosidad no pudo con él. Siguió abanzando por el pasillo hasta encontrar una puerta medio abierta, de donde venía aquel vientecillo helado. Cautelosamente, se acerco al marco de la puerta y la entreabrió para ver que había al otro lado. En aquel momento, vio a una mujer de mediana edad, que fumaba, tranquilamente mirando por la ventana. No le había descubierto, porque aunque Harry fuera un poco torpe, sobretodo cuando intentaba pasar desapercibido, la mujer estaba ensimismada en sus pensamientos, tanto, que no noto ni oyó nada.
En ese momento pensó que era mejor su fantasía con la enfermera y el suertudo paciente, que con la mujer mayor apoyada en la ventana. Pero de pronto, haciendo un amago de picardía, se entreabre la bata de hospital, dejando a la luz su preciosa y potente pierna. Una pierna que debía haber recorrido cuarenta millas de desierto, vencido batallones enteros, ganado dos o tres concursos comarcales de belleza y destrozado el corazon y los huevos de mas de un gilipollas. Y allí estaba él, contemplando aquella pierna. La mujer, con gesto de haberlo hecho a propósito, se giró sonriendo, mostrando su mejor sonrisa. Aquella sonrisa coqueta y pérfida que le había conseguido tanto sexo y a tantos hombres. En aquel momento, se oyeron de cerca, los gemidos de antes, haciendo a ambos sonreir honestamente y en un gesto de inocente complicidad, ambos se miraron deseosos de tocarse. Fué la mujer quien se acerco, tocando, suavemente el hombro de Harry. Para entonces Harry estaba ya como un caballo deseando empezar la copa Susex. Joder, de cara era mucho más guapa de lo que había imaginado a contraluz y en la ventana - pensaba Harry. Ella, que lo mira con cara de gacela, empieza a ponerse a cien, bajando la mano sobre la entrepierna de Harry y dejando sus fantasías desatarse sin freno alguno. La habitación estaba sola. No había mejor oportunidad. Las manos de Harry se fueron directas a la espalda de la mujer, y bajando, lenta pero cerimoniosamente, llegaron a su culo. El tipico culo cuarenton, duro y formado, que pone cachondos a grandes y pequeños. Cuanto más la miraba, más la tocaba, más se hacía presente la imagen de ella, más le gustaba a Harry. Sin decir palabra, la mujer empezó a desnudarlo, con un impetu acelerado que dejo a Harry bloqueado por unos segundos, pero no importaba, él tenía poco trabajo, ella solo llevaba la bata de hospital. Cuando ya desnudos, se besaron, ambos entraron en calor, descubriendo un universo que había permanecido desconocido para ellos, aunque no tenian constancia de ello. Se tumbaron en la cama con una velocidad vertiginosa y empezó el juego de geografía humano. Descubrimiento y mientras ella se hacía fuerte agarrandole la polla a Harry con un impetu que nunca había sospechado en una mujer de edad. Después de entretenerse con la polla de Harry, la mujer, se acerco suavemente a su oido, y con un leve pero energico susurro le dijo - Fóllame como si fuera la última vez, quizá lo sea - A lo que Harry no pudo responder. Ella, que ya lo sabía, cogio su falo y saltando ágilmente sobre él, empezo a subir y bajar, con suavidad. Cada vez más ferozmente y a cada bajada, de su boca salían gemidos cada vez más fuertes, según iba subiendo el climax. Hasta ese momento, no se habían percatado de los gemidos de la otra habitación, los de la enfermera cachonda. Por un momento se igualaron los gemidos y daba la impresión de ser una orgía saludable. Además, en un hospital. La mujer iba follándose a Harry enérgicamente, mientras éste, extasiado iba dejándose ir, cada vez más. Pensaba que después de aquella tarde, lo conseguiría. - Ahora lo haré, me correré. ¿Que me importa a mi esta tía? Es solo sexo. Y del bueno. Nadie podría resistirse.
Pero aquello duraba y duraba, la mujer, que había empezado a jugar, como si de una leona feroz se tratara, ahora hace movimientos bruscos, cansada ya de tanto orgasmo. Había llegado incluso a gritar, pero no había manera de soliviantar a Harry. Él seguía trempado, pero no podía correrse. La mujer, lejos de rendirse, seguía gimiendo y follando, en el momento en que Harry por fín, empezaba a ver el filo de la aguja, esa sensación de cristal roto, justo antes de llegar a la plenitud del orgasmo, hasta que de pronto y después de un grito de victoria, de un movimiento seco, la mujer cayó rendida sobre Harry. Este pensaba que había sido la excitación del momento, el triunfo, que deja exaustos a sus colaboradores. Había sido maravilloso. Pero en ese momento, vió que la mujer no se movía. Yacía encima suyo, todavía con su polla en el interior de su vagina, que no se había destrempado ni por un segundo y que seguía erecta. Por alguna extraña razón, Harry no podía quitársela de encima. La excitación y el esfuerzo para conseguir correrse, que había durado casi horas, lo habían dejado paralizado. Casi no podía moverse, no digamos quitarse de encima a la cuarentona sexy, pegada a el a través de sus miembros. En ese momento pensaba que con la excitación, había dejado de oir los gemidos de la enfermera. Y de pronto, no sin extrañez, comprendió, que la cuarentona estaba muerta. Yacía sobre si, a plomo, muerta. Entonces Harry se puso nervioso, la mujer muerta, el polvo salvaje que acababa de hacer realidad su sueño de aquel día y su agotamiento, ejercían un poderoso enemigo en su contra. Al pensar todo esto, nervioso, a Harry le da por tocar la alarma de enfermeras. No pueden descubrirme así, pero no tengo fuerzas para liberarme del cadaver y salir impune de esta - pensaba. No quiero más sexo. Si lo tienes y bien, malo, te enganchas, si no lo tienes, malo, lo hechas de menos - se decía a si mismo. Por entonces, oyó una voz, a lo lejos que decia, ¡Joder! ¡Ya voy! ¡Ya voy!