Las meninas
Las meninas, gran formato, pintura institucional, retrato o decoración. Pintura.
Me imagino la situación. El pintor, Diego Velazquez, por ejemplo, asqueado de pintar a esas estúpidas mujeres que no saben nada, que ponen cara de embobadas, entre miedo, hastío y repulsión. Mujeres de cámara, que no salen de casa, que no conocen el mundo, que solo han visto lo que en palacio sucede. Solo saben estar. Y delante del pintor, casi un mago de la imagen para la época, casi todas tienen miedo. Así se refleja en la pintura. Un cierto temor en la mirada, una posición rígida, hierática, acomplejada, con cara de asco hacia el artista.
¿Quien se creerá que es este tipo? ¿Porqué tengo que posar para él? Es un sucio plebeyo.
Y el pintor piensa: ¿Porque pondrá esa cara de asco? ¿Porque me obligaran a pintar estos temas?
Y la comunicación se hace imposible. Damas de la corte, muertas de miedo, paralizadas, sin conversación. El pintor tiene que pintarlas, sin ninguna admiración por ellas, sin interacción, como si fueran muebles: inertes, anodinas, aburridas. Así que el cuadro, en vez de ser un retrato, se convierte en una fiesta pictórica. Algo divertido tiene que salir de pintar mujeres aburridas, vírgenes, tímidas, que no hablan con pintores, (pues aunque sea el pintor de la corte, no deja de ser un sucio plebeyo).
Así que el pintor tiene que sacar partido a la situación. Grandes vestidos, grandes lienzos, gran colorido, manchas, casi abstractas y un punto medio, una cierta atadura a la realidad, con el retrato, la cara. Pintura, mucha pintura.
Cuando contemplaba el trabajo sobre damas de la corte de los pintores españoles, pensaba para mi: si elimináramos el pequeño retrato, de hombros a cabeza, de María Teresa, no pasaría nada. El cuadro no perdería nada. El cuadro és, al margen ya de la representación, de lo que depicta. Lo que me lleva a pensar en que el pintor, delante del anodino reto de pintar damas de la corte, que como decía, tenían que ser muy poco interesantes, acaba buscando la diversión, el reto, en otra parte. La excusa perfecta para inventar, para las lineas sueltas, líricas, hasta llegar al final, a matar el cuadro con el pequeño retrato y a por un poco de coñac.
Y pienso que Picasso, en sus meninas, se da cuenta de esto, juega a paisajes que son retratos, como Velazquez, a retratos que son paisajes, con diferentes perspectivas, con diferentes formas de pintar algo tan aburrido. Tal y como el sevillano, al tener que pintar estos personajes, los ordena en una composición alegórica; le divierte concebir el cuadro como un juego, ante el aburrimiento de la pintura de cámara que esta pasando a la história. Y ambos lo hacen muy bien.
Así el cuadro se hace más importante que el momento, mas importancia que el modelo y pierde importancia el retrato, la persona, ante la pintura, que como juego, que como fiesta, gana fuerza.
La pintura le gana al culto a la persona, al registro histórico, a la foto de carnet.
Me imagino la situación. El pintor, Diego Velazquez, por ejemplo, asqueado de pintar a esas estúpidas mujeres que no saben nada, que ponen cara de embobadas, entre miedo, hastío y repulsión. Mujeres de cámara, que no salen de casa, que no conocen el mundo, que solo han visto lo que en palacio sucede. Solo saben estar. Y delante del pintor, casi un mago de la imagen para la época, casi todas tienen miedo. Así se refleja en la pintura. Un cierto temor en la mirada, una posición rígida, hierática, acomplejada, con cara de asco hacia el artista.
¿Quien se creerá que es este tipo? ¿Porqué tengo que posar para él? Es un sucio plebeyo.
Y el pintor piensa: ¿Porque pondrá esa cara de asco? ¿Porque me obligaran a pintar estos temas?
Y la comunicación se hace imposible. Damas de la corte, muertas de miedo, paralizadas, sin conversación. El pintor tiene que pintarlas, sin ninguna admiración por ellas, sin interacción, como si fueran muebles: inertes, anodinas, aburridas. Así que el cuadro, en vez de ser un retrato, se convierte en una fiesta pictórica. Algo divertido tiene que salir de pintar mujeres aburridas, vírgenes, tímidas, que no hablan con pintores, (pues aunque sea el pintor de la corte, no deja de ser un sucio plebeyo).
Así que el pintor tiene que sacar partido a la situación. Grandes vestidos, grandes lienzos, gran colorido, manchas, casi abstractas y un punto medio, una cierta atadura a la realidad, con el retrato, la cara. Pintura, mucha pintura.
Cuando contemplaba el trabajo sobre damas de la corte de los pintores españoles, pensaba para mi: si elimináramos el pequeño retrato, de hombros a cabeza, de María Teresa, no pasaría nada. El cuadro no perdería nada. El cuadro és, al margen ya de la representación, de lo que depicta. Lo que me lleva a pensar en que el pintor, delante del anodino reto de pintar damas de la corte, que como decía, tenían que ser muy poco interesantes, acaba buscando la diversión, el reto, en otra parte. La excusa perfecta para inventar, para las lineas sueltas, líricas, hasta llegar al final, a matar el cuadro con el pequeño retrato y a por un poco de coñac.
Y pienso que Picasso, en sus meninas, se da cuenta de esto, juega a paisajes que son retratos, como Velazquez, a retratos que son paisajes, con diferentes perspectivas, con diferentes formas de pintar algo tan aburrido. Tal y como el sevillano, al tener que pintar estos personajes, los ordena en una composición alegórica; le divierte concebir el cuadro como un juego, ante el aburrimiento de la pintura de cámara que esta pasando a la história. Y ambos lo hacen muy bien.
Así el cuadro se hace más importante que el momento, mas importancia que el modelo y pierde importancia el retrato, la persona, ante la pintura, que como juego, que como fiesta, gana fuerza.
La pintura le gana al culto a la persona, al registro histórico, a la foto de carnet.