Friday

Tres de picas


Piedra. Sol. Hastío. Entre Vivaldi y Pergolesi, Sabat Mater, en la radio, y Paganini y sus conciertos de violín en el equipo. Un saco de huesos que se arrastra por la casa, entre pensamientos y lamentos, famélico de ilusión, molesto, pesado. Quizá deba arrinconarme en algún lugar, no de paso, y quedarme quieto, muy quieto, como un mueble. quizá así no me perseguirán mis pensamientos. ¿Más quieto todavía?

Quisiera ser una piedra en el río, impasible, y ver, como fluyen otra piedras, sobre mi, entre la corriente, como fluye el río y cómo, sin quererlo, me desgasta a mi también, sin dolor, sin nombre. Aunque nadar contracorriente es agotador y no quiero perder las fuerzas. Hasta ahora nadar intentando mantenerme quieto me ha agotado, quizá hundiéndome consiga lo que mis brazos no han sabido mantener, cierta, paz. Quizá el lago no solo este nadando contra sino también con la corriente. Qué lago se merece el esfuerzo, el originario, el final. ¿No son todos el mismo lago?

Todavía recuerdo cuando era un pájaro. No era hace mucho que sobrevolaba campos y campos de pensamientos y acciones, de mitos, cantos, miedos. Sin bajar nunca al suelo. Sin pisar el mundo, contemplándolo, solo desde mi planear silencioso. Recuerdo incluso como volaba por encima de mí, observándome, tranquilo, viendo mi laberinto desde arriba, comprendiendo, cuando Mozart mandaba los vientos sobre mi. Ahora merodeo por la tierra, seca, yerma, como un perro harto de comer carroña. Debería enterrar algún hueso. No por necesidad, sino por miedo.